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(...) garbosamente rasgueada sobre sus cuerdas al mismo tiempo que tamboreaban sobre su caja, lanzaba los excitantes y animadísimos aires de la zambaclueca. Voces bellísimas se le unían cantando los conceptos maliciosos y las provocativas interjecciones que forman la parte de la voz en este baile inimitable; mientras que la ardiente chiquilla a quien el verso en sus cadencias interpela sin cesar, envuelta con donaire en las suaves y picantes ondulaciones de su pañuelo blanco, seguía delante de su galán y compañero el compás de aquella música incitativa, y se entregaba a todas aquellas vueltas intencionales y blandos ademanes que son inherentes a la coquetería de este baile, africano por su origen, pero que ha sido idealizado y pulido en Lima con tal arte que no puede comprenderse ni imitarse en otra parte.
Cada pareja de bailarines tenía una rueda de espectadores que con la voz y las palmas seguían el tamboreo de la vihuela, animando así con un bullicio acompasado el desarrollo de las gracias de la pareja.