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Don Alonso amaba á Beatriz con amor ciego y tolerante de padre mundano. La educación que él la diera no había consistido sino en ceder á todos sus antojos, en seguir embobado todos los sesgos de su veleidoso espiritillo. Una caricia de aquella manita diablesca, un oportuno gimoteo, bastaban para que el ruego más descabellado le pareciese al hidalgo la más razonable exigencia. Con esta blandura corruptora creía agregar al propio afecto el de la madre ausente, á quien el nacimiento de su única hija habíala costado la vida.
Tomóle maestros de danza, de canto, de vihuela; de todas las cosas, en fin, que se aprenden sin dolor [Página 310] y agregan más tarde nuevos licores á la juvenil embriaguez